L@s human@s somos seres sociales, desde que nacemos hasta que morimos, y lo hemos sido desde el principio de los tiempos. Esto significa que vivimos en comunidad, en grupo. Tanto nuestros antepasados los monos como nosotr@s l@s homínidos, así como otros muchos seres vivos, hemos encontrado múltiples ventajas evolutivas en este tipo de organización social. Hemos conseguido adaptarnos a un sinfín de hábitats gracias al trabajo comunal y colectivo, sorteando multitud de dificultades y contratiempos.
Miles de culturas, a lo largo de nuestro paso por la Tierra, han creado infinitas respuestas culturales para organizar la vida social y económica de cada grupo. El nivel de complejidad organizativa que ha alcanzado nuestra sociedad occidental ha desviado el punto de atención desde la comunidad hacia el individuo. Lo que ha generado y está generando infinidad de desequilibrios sociales, psicológicos, económicos… Como problemas de sociabilidad, nula empatía, egoísmo, avaricia materialismo…
Nosotr@s creemos en una comunidad recíproca, de ida y vuelta, que mire por el bien común y se base en la calidad, la cooperación, la horizontalidad, la solidaridad y el apoyo mutuo en lugar de basarse en la cantidad, la competencia, la jerarquía, la caridad y el individualismo que ha impulsado la sociedad capitalista global.
El mundo contemporáneo pensamos que debe tender hacia la comunidad global desde la comunidad local. La nueva sociedad mundial genera impactos en todos los rincones del planeta, afecta a los recursos, al paisaje, al clima… y, por lo tanto, también afecta a otras comunidades culturales. Ya no vale únicamente centrarnos en el bien común de nuestro “grupo» (etnia, pueblo, bloque, provincia, región, país, cultura), sino que debemos mirar por el bien común global. En nuestro presente, nuestras interacciones son tan mundiales, que mientras reorganizamos las comunidades locales no nos podemos olvidar de las redes integrales.
“Para tod@s la luz. Para tod@s todo”
Y para reflexionar sobre la naturaleza humana un video cortito…
