Paisajes en acuarela
Añil, verde y rojo.
Desde el principio supe que este viaje sería diferente a otros viajes a Marruecos que he hecho en el pasado...No por tratarse de un viaje organizado, pues ya he estado en este país en otras ocasiones, tanto en viajes por libre, como guiados.
Esa sensación de cercanía con la gente, de usar los mismos medios de transporte que ellos, de moverme a su altura y no por encima, no se consigue con un viaje organizado. Y esa tranquilidad, de dejarse llevar, de no tener que preocuparme de regatear al taxista ni por ninguna otra cosa, no se consigue yendo por libre.
El viajar con un grupo muy reducido, dinámico y jóvenes de mente, facilita la comprensión del medio dónde uno anda. Esto, sumado a la sensibilidad que Carlos, María, y David tienen para entender y explicar las características de esta zona, tan cercana y distinta a su vez, hicieron que mi viaje fuese un disfrute para los sentidos.
La escasez de prejuicios y la mente abierta de mis compañeras de viaje, consiguieron que me sintiese en todo momento entre amigos. Lucas, uno de los compañeros habituales de los viajes de hadiqa, relataba fielmente todo con notas de colores, escritas con pinceles de acuarela y plumilla sobre su cuaderno de campo, dando testimonio en sus hojas de los pasajes de nuestro viaje.Azul añil.
Así se me mostró cheffchaouen, en toda la intensidad que el color añil que tiñe todo el pueblo puede dar bajo el sol de la primavera... su laberinto de calles azules...el olor especiado que emana de las cocinas rebotando en el laberinto de callejones.
Sin lugar a dudas, esta tercera vez que visité cheffchaouen, fue la más sabrosa de todas ellas, también la más cómoda. Una buena selección de lugares para comer, disfrutando de la variada y exquisita cocina marroquí, una cálida habitación con baño en nuestro pequeño y coqueto hotel, donde, antes del merecido descanso que se necesita tras las actividades que nos tenían preparadas, y los pateos que me daba en mi tiempo libre, me tomaba un té con compañía y hierba buena.Verde Oliva.
Según nos alejábamos del pueblo azul hacia la imponente cordillera del Rif, el verde iba asumiendo el protagonismo del viaje. Aquella vieja furgoneta mercedes, no sólo nos trasladaba de un lugar a otro. Ese lento viaje por carreteras sinuosas de montaña nos llevaba inesperadamente a un tiempo pasado. El verde de esos bosques de alcornoques, administrados de una forma completamente distinta a los nuestros, daba paso a un bosque de enormes robledales centenarios, que según se ascendía por aquella increíble ruta hacía el pasado, mutaba pasando del verde oliva de los bosques, al rojo de la tierra fértil del valle, que según descendíamos por la cara sur de la sierra entre enormes rocas de granito y maravillosas vistas del valle, nos esperaba una forma de vida pretérita.
Rojo.
El pasado tiene sabor a tierra y autosuficiencia, donde la materia es elaborada a mano para conseguir los sabores más auténticos del aceite, la mantequilla o el pan. Y este viaje tuvo la capacidad de remontarme a una época, que no debe distar mucho de la de mis antepasados, donde cada pan salía caliente de su horno de leña, cuando la leche manaba libre de las ubres de las vacas sin ser encerrada en un paquete de cartón, cuándo la mantequilla se batía a mano dentro de una enorme calabaza, y el aceite del año era prensado en pequeñas almazaras familiares.
Las tierras, calientes, de un color rojo oscuro, y orientadas al sur, estaban preñadas de cañamones que iban reventando al calor del estiércol y del sol, enseñándonos esas dos primeras hojas verdes de las plantaciones de kifi, base de la economía local de los pobladores de estas dispersas aldeas. Pequeñas huertas se dibujaban aterrazadas en las laderas de las montañas.
Pasear por estos montes, comer lo que da la tierra, con sabores auténticos, desconocidos; Oír el canto de las llamadas al rezo de las mezquitas desperdigadas por la sierra mientras fumo un pitillo, viendo una recua de mulas cargadas de haces de taramas para los hornos de pan bajando por la montaña, o unos niños que juegan alegres y ruidosos a la pelota en un lejano escampado durante el recreo de su pequeña escuela. Esos momentos, son momentos que quién no viaja así y aquí, se los pierde para siempre.Carlos Milano "Marruecos. Tierra Adentro" abr. 6, 2015